11 de noviembre de 2016

LA RECONCILIACIÓN (WAKAI), de Lafcadio Hearn

 

   Hace bastante tiempo (lo sé, tardo mucho en publicar en el blog) escribí sobre Yuki onna e incluí la leyenda que, sobre ella, Lafcadio Hearn había transcrito en una de sus obras más conocidas "Kwaidan: Stories and Studies of Strange Thing", publicada en 1903 (kwaidan, arcaísmo de la palabra kaidan, hace referencia a los cuentos extraños o de fantasmas, algo que ya expliqué en este mismo blog). Pues bien, para ilustrar la publicación sobre esta leyenda, escogí fotogramas de una película muy especial que convertía en imágenes cuatro de las historias recogidas en tres de los libros de Hearn: Kwaidan (El más allá).

    Si alguien me preguntara qué película considero que hay que ver antes de morir, tras volverme medio loca durante un rato (odio que me hagan este tipo de preguntas), seguramente escogería  Kwaidan. Dirigida por Masaki Kobayashi y estrenada en 1964, es una de las películas más bellas que he visto. Y digo bien, bellas, ya que en ella el aspecto artístico está completamente supeditado a la irrealidad, a lo onírico, al terror...a todo lo que supone un cuento de fantasmas. Los decorados (hay que poner la pausa para admirar como se merece el cielo y la luna "vigilante" de la historia de Yuki onna), el vestuario, el maquillaje teatral (mención especial se merece el de Hoichi, "el desorejado" y su cuerpo adornado de sutras), los sonidos, que no la música...en fin, como soy una enamorada de esta película la considero perfecta de principio a fin, así que no me extraña que en 1965 hubiera ganado el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes y hubiera sido a su vez nominada al Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa (ese año ganó una película checoslovaca, La tienda de la Calle Mayor). Lo que me extraña es que no hubiera ganado el Oscar y que no sea tan conocida como merece, aunque el J-horror actual parece haber eclipsado a los grandes clásicos, como Kuroneko, Onibaba, Cuentos de la luna pálida de agosto...
      A medio camino entre el cine y el teatro, sin caer en la exageración del Kabuki, claro está, y con un ritmo algo lento para algunos (supongo que habrá alguna película japonesa que no sea ni lenta ni larga, pero aún no la he encontrado), Kwaidan nos cuenta cuatro historias independientes entre sí:

  • Pelo Negro (Kurokami): Esta historia es la que justifica este artículo, así que hablaré de ella en detalle más adelante.
  • La mujer de la Nieve (Yukki Onna): Una de las leyendas recogidas por Hearn en Kwaidan (1903) y de la que, lo recuerdo una vez más, ya se ha hablado. 
  • Hoichi, "el desorejado" (Miminashi Hôichi no Hanashi): Otra de las historias adaptadas de Kwaidan y muy fielmente, como las anteriores.
  • En una taza de té (Chawan no Naka): Esta historia, que aún no he leído, pero que también pasará por aquí, está recogida en Kottô: Being Japanese Curios with Sundry Cobwebs, publicado en 1902.


 PELO NEGRO

     Esta es la primera historia de Kwaidan y una de las mejores, quizá porque es la que llega a rozar el terror, aunque éste no sea en realidad el fin último de la película, así como tampoco lo era del kaidan, que buscaba más inquietar o sorprender. Está basada en el relato "La reconciliación" (Wakai), recogido en Shadowings, obra publicada en 1900.


     Protagonizada por Rentaro Mikoni (samurai), Michiyo Aratama (primera esposa) y Misako Watanabe (segunda esposa), "Pelo Negro" cuenta la historia de un samurai (del que nunca sabremos su nombre, al igual que ocurre con el resto de personajes) sumido en la pobreza debido a la caída de su señor. Ante la perspectiva de continuar con una vida indigna y miserable, decide ponerse a las órdenes del gobernador de una provincia lejana, dejando atrás no sólo su hogar en Kioto, sino a su propia esposa: "Para los hombres progresar es lo más importante. No puedo renunciar por ti. No puedo enterrar mi futuro aquí". Estas son las palabras que le dedica a su esposa, antes de apartarla del camino de no muy buenos modos. Antes de ir a su nuevo destino, se casa con una mujer perteneciente a una familia bien situada, una familia que le asegurará una buena posición social. Con el paso del tiempo, el samurai se dará cuenta de su error, de que la juventud y el no saber valorar el verdadero amor, le hicieron tomar una mala decisión y ser cruel con quien no lo merecía. Su nueva esposa, egoísta e insensible (vaya, un fiel reflejo de sí mismo), no le hace feliz. Los recuerdos de su primera esposa le persiguen, hasta el punto que rompe sus lazos conyugales, una vez más, y va a buscarla. Eso sí, este samurai se toma las cosas con calma y desde que toma la decisión de volver a su hogar, hasta que lo hace, pasan unos añitos de nada, ya que espera a quedar libre de sus obligaciones con el gobernador. A partir de aquí, mejor ver la película.
 
Pelo Negro es una fiel adaptación del relato original, que incluyo en este artículo, así que supongo que voy a fastidiar un poco la historia a quien quiera ver la película, aunque ya advierto que el final de Pelo Negro es mucho mejor que el de La Reconciliación, alcanzando altas cotas de dramatismo, algo que no sucede en el relato, que te decepciona un poco. Supongo que, una vez más, la visión occidental de una historia de fantasmas no es la misma que la oriental, cuyos finales suelen un poco repentinos y, a veces, hasta simplones, nada impactantes. Advierto que es una opinión personal y referente a las viejas leyendas. Una de las cosas que me llamaron la atención de Pelo Negro, fue el sonido, no me refiero a la música, sino a los ruidos que se oyen cuando el samurai regresa a su casa. No hay música, no hay diálogos, sólo una serie de sonidos descompasados con la imagen, lo que llega a producir cierta incomodidad y, a la vez, el que te vayas preparando para lo que se avecina. Estás entrando en un mundo que no es el nuestro, se ha rasgado el velo que nos separa del más allá.
     Me gustaría mencionar un detalle de la historia que nos puede extrañar, salvo que estemos versados en la historia y cultura de Japón. En una escena de la película, cuando el samurai y su segunda esposa están de viaje, hacen una parada en el mercado de un pueblo. Ella ve un puesto de telas y se siente tan atraída por una azul, que acerca al rostro para comprobar su suavidad. Aquí vemos por primera vez que la nueva esposa del samurai tiene los dientes negros y, sinceramente, es chocante, pero la explicación a esto es sencilla: los tiene así porque pertenece a una clases social alta.


     En realidad, sus dientes están teñidos de negro, tal y como hacían en el Japón de los períodos Heían y Edo (desde el S.VIII al XIX). Era costumbre entre las clases altas la práctica del ohaguro, es decir, el ennegrecimiento de  los dientes con limaduras de hierro disueltas en vinagre y mezcladas con tintes vegetales, tanto porque se consideraba que era lo más apropiado para la salud dental, como para resaltar la posición social. Esta tintura se debía aplicar prácticamente todos los días. Hacia el siglo XII la moda se extendió tanto entre los hombres de la nobleza y como entre los samurai, pero, tal como había sido desde el principio, volvió a ser una cosa sólo de mujeres, para, posteriormente, restringirse aún más su uso y pasar a ser una práctica sólo de mujeres casadas. Tanto el ohaguro como el okimayu (esto es, el rasurado de cejas y el pintar unas nuevas prácticamente en la frente), como ya se ha dicho, son costumbres de las clases sociales privilegiadas, razón por la cual, en Kwaidan, es la segunda esposa quien las muestra en su rostro, en contraposición a la primera, de clase humilde, que conserva sus cejas y no tiene los dientes teñidos. Ya sabes, no te acostarás sin saber algo nuevo.



LA RECONCILIACIÓN

      "Cierto samurai joven de Kioto, reducido a la miseria por la caída de su señor, se vio obligado a abandonar su casa y entrar al servicio del gobernador de una provincia distante. Antes de marcharse de la capital, se divorció de su esposa, una mujer buena y hermosa, convencido de que podría mejorar su situación con otra alianza. Entonces se casó con la hija de una familia distinguida, que le acompañó a su nuevo destino.


      Pero en la inconsciencia de la juventud y la grave necesidad, el samurai no pudo comprender el valor del afecto que descartó tan a la ligera. Su segundo matrimonio no fue feliz; el carácter de su nueva esposa era cruel y egoísta, y pronto encontró toda clase de motivos para pensar con nostalgia en su pasada vida en Kioto. Entonces se dio cuenta de que todavía amaba a su primera mujer, mucho más de lo que nunca podría querer a la segunda, y comenzó a reconocer lo injusto y desagradecido que había sido. Poco a poco este sentimiento se transformó en un arrepentimiento que le robó la paz de espíritu. Le perseguían sin cesar los recuerdos de la esposa traicionada, su dulce forma de hablar, sus sonrisas, su delicadeza,  su firme paciencia. A veces la veía en sueños ante el telar, como cuando tejía día y noche para ayudarle en sus años de pobreza, otras más sola, sentada en el suelo de la pequeña y humilde habitación donde la dejó escondiendo sus lágrimas con la manga de su raído kimono. Incluso pensaba en ella durante el trabajo; entonces se preguntaba cómo vivía, qué hacía. Algo en el corazón le decía que ella no aceptaría otro esposo y que nunca le perdonaría. Y decidió en secreto irla a buscar tan pronto como pudiera regresar a Kioto, pedirle disculpas, volver a vivir con ella y hacer todo lo que estuviese en su mano en para compensarla por lo acontecido. Y así pasaron varios años. Por fin acabó el mando del gobernador y el samurai quedó libre.



        - Ahora volveré con mi amada- se prometió- ¡Ah, qué crueldad, qué absurdo haberme divorciado de ella!
    Y así devolvió su segunda esposa, que no le había dado hijos, a su familia y se apresuró hacia Kioto para buscar a su antigua compañera, a cuya casa se encaminó sin siquera cambiar su indumentaria de viaje.
     Cuando llegó a la calle donde ella vivía, ya era tarde por la noche, la décima noche del noveno mes, y la ciudad estaba tan silenciosa como un cementerio. Pero la luna clara iluminaba suficiente, de modo que encontró la casa sin dificultad. Tenía un aspecto del mayor abandono y las hierbas crecían en el tejado. Llamó a una puerta corrediza y nadie respondió. Como no estaba cerrada por dentro, abrió y entró. La primera habitación estaba vacía y ni siquiera tenía esteras de paja, y las otras tenían el mismo aspecto lastimoso. Daba la impresión de que la casa estaba desocupada.
      Sin embargo, el samurai decidió echar una mirada a la pequeña habitación del fondo, la favorita de su esposa, que gustaba de descansar allí.


       Acercándose a las puertas corredizas cerradas, se sorprendió mucho de ver un resplandor. Deslizó la puerta y lanzó un grito de júbilo al verla cosiendo a la luz de una linterna de papel. Sus ojos se encontraron y ella le saludó con una sonrisa.

                - ¿Cuándo regresaste a Kioto? ¿Cómo me encontraste entre tantas habitaciones oscuras?
      Los años no la habían cambiado. Al samurai le pareció tan joven y linda como en sus recuerdos más queridos, aunque se le hizo mucho más entrañable aún su dulce voz, temblorosa por la feliz sorpresa.

      Se sentó a su lado muy contento y le dijo muchas cosas: cómo se arrepintió de su egoísmo, cuánto la echó de menos, la constante pena que sentía por ella y sus prolongadas esperanzas de resarcirla por todo, mientras la acariciaba y le pedía perdón una y otra vez. Ella le repuso con gran ternura, que le salía del alma, que cesara de reprocharse. No era justo que hubiera sufrido tanto por ella, ya que siempre se consideró indigna de ser su esposa. Por supuesto, sabía que la pobreza le había obligado a la separación, ya que mientras vivieron juntos él siempre fue muy bondadoso. Nunca había dejado de rezar por su felicidad. Pero, si hubiese algún motivo de enmienda, ya habría desaparecido de más con su honorable visita. ¿Qué mayor dicha había que verle, aunque fuera sólo un instante?

           - ¿Sólo un instante?- preguntó con una risa alegre- Mejor di para las próximas siete existencias. Amada mía, excepto si tú te opones, estoy dispuesto a regresar para vivir contigo para siempre. Nada nos podrá separar de nuevo. Ahora tengo medios y amigos, no precisamos temer a la pobreza. Mañana traeré mis pertenencias y mis criados te servirán. ¡Verás qué preciosa arreglaremos la casa! Esta noche- explicó en tono de disculpa- llegué tan tarde, incluso sin cambiarme de ropa, porque no podía esperar a verte y decirte todo esto.



       Ella pareció muy feliz con estas palabras y a su vez le contó todo lo acontecido en Kioto desde que él se marchara; excepto sus propias penurias, sobre las que se negó a hablar con delicadeza. Conversaron hasta muy tarde. Después la mujer le condujo a una habitación más caliente, orientada al sur, en la que habían pasado su noche de bodas.

            - ¿No tienes a nadie que te ayude en casa?- preguntó el samurai cuando ella empezó a preparar el lecho.
             
               - No, no me podía permitir tener una sirvienta, de modo que he vivido sola- repuso, riéndose alegremente.
             
                - Desde mañana tendrás muchos sirvientes- dijo- Buenos sirvientes y todo lo que desees.

     Se acostaron para descansar, pero no durmieron porque tenían demasiadas cosas que contarse; y hablaron del pasado, el presente y el futuro, hasta que comenzó a amanecer. Entonces al samurai se le cerraron los ojos y quedó profundamente dormido.
     Cuando despertó la luz entraba por las grietas de los postigos y, ante su tremenda sorpresa, se encontró acostado sobre las tablas desnudas de un suelo mohoso...¿Había sido todo sólo un sueño? No, ella estaba allí, durmiendo...Se inclinó para mirarla y soltó un grito: la mujer no tenía rostro. Junto a él, envuelto en una mortaja, yacía su cadáver, tan deteriorado que no quedaba más que los huesos y el largo cabello enmarañado.
         Presa de horribles estremecimientos y malestar se levantó bajo los rayos del sol, y poco a poco, el horror gélido dio lugar a una desesperación tan intolerable, un dolor tan atroz, que se aferró a la sombra irónica de la duda. Simulando no estar al corriente de nada, se aventuró por el vecindario para averiguar el camino a la casa donde vivió su esposa.

               - No hay nadie en aquella casa- le repuso alguien- Pertenecía a la esposa de un samurai que dejó la ciudad varios años atrás. Antes de marcharse se divorció de ella para casarse con otra mujer, y sufrió tanto y cayó enferma. No tenía parientes en Kioto ni nadie que la cuidara, y murió en otoño de ese mismo año. El décimo día del noveno mes..."





- Lafcadio Hearn: "Historias Misteriosas". Luna Books, 1996. 

- Imágenes: Kwaidan (1964). Pelo Negro (Kurokami)